Cuando un perro tiene un rasguño o una herida, esto le molesta, le pica, e instintivamente tiende a lamérsela. ¿Por qué se lamen las heridas? Es su único recurso natural para encontrarse mejor. La leyenda urbana dice que la saliva le cura la herida, pero ¿qué hay de cierto en esto?
Una conducta ancestral que no resulta muy eficaz
En la boca del perro, al igual que en la nuestra y en la de otras especies, viven un gran número de gérmenes y bacterias, que no parecen muy “recomendables” higiénicamente para entrar en contacto con los arañazos o heridas. Existen numerosos estudios que disertan sobre la cantidad, mínima, de efecto desinfectante y neutralizador hacia algunas bacterias que puede transportar la saliva del perro hasta la herida, (por ejemplo, el ácido ascórbico de la saliva reacciona con los nitratos de la piel formando pequeñas concentraciones de monóxido de nitrógeno que se cree que ayuda ligeramente a la desinfección de la herida) pero actualmente y gracias a la ciencia veterinaria sabemos que el riesgo de infección y los perjuicios de mantener húmeda la herida son mucho mayores que el cuestionable beneficio que provoca el lametazo continuo.
Los veterinarios lo tienen claro
Los profesionales saben que la mejor manera para la adecuada cicatrización e higiene de una herida es mantenerla seca y “protegerla” de los constantes intentos del perro por lamérsela. Por eso, con buen criterio, lo primero que suelen hacer en cuanto existe una herida a la que el perro puede acceder, o tras una cirugía, es ponerle a nuestra mascota un collar isabelino –popularmente conocidos como “campanas”, “lámparas” o “embudos”-, para evitar que se la lama, lo que ralentizaría su curación.
Lamedores compulsivos
Hay muchos perros, que por aburrimiento o estrés, tienden a lamerse con frecuencia las “manos” delanteras. Se pasan largos ratos “chupa que chupa” ensimismados, para desesperación de sus propietarios. Este gesto les hace segregar endorfinas que les producen un efecto de relajación y calma, pero les conducen hacia un círculo vicioso. Esta conducta en un perro sano –si es que no es para deshacerse de alguna espiga u otro cuerpo extraño–, puede degenerar en una especie de “obsesión” para él, nada beneficiosa, ya que llevada a extremos suele producir trastornos cutáneos severos como la dermatitis acral por lamido y heridas debidas la constante fricción de la lengua sobre esa zona y a la humedad que originan en esa parte concreta de su cuerpo.
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